20 de junio de 2008

Encierro.

Alrededor de toda la casona, ella vestía de rompecabezas enmarañado y diminuto.
Se alzaba soberana sobre todas las ventanas, y su cuerpo de hierro se enredaba con los brazos de
algún árbol invisible.
Tenía brazos como trenzas y se abrazaba todas las paredes.
Entre sus muslos carcelarios y los firuletes que terminaban su silueta encarnizada
apenas podía dislumbrar la blancura de la libertad.
Y aún así, teñida de rojo por la ira del sol atrasado, ella se mecía en las paredes
protegiendo la cálida comodidad.
Alrededor de toda la casona, las afueras se vestían de rejas y custodiaban silenciosas
toda la respiración temblorosa que se acomodaba en los rincones del número 2252.
Y a veces todavía, pensamos que somos libres.

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