18 de mayo de 2008

Un cigarrillo en la almohada.





La densidad del aire se escurría entre mis muslos. Tenía el pecho desflorado y la piel despierta quejándose del frío.No dejé pasar la tentación, rompí todas las hojas y todas las rejas.Mi espalda gruñó, deseosa de acariciar las sábanas. Y no hubieron vinos que calmaran la sed, ni vidrios que limitaran la crudeza.Te dejé probar mis labios bajo el amanecer del invierno. Tu cuerpo, cada fragmento cristalino de tu sexo, tus hombros y tus rodillas se hicieron dolorosamente mias. Una noche, mil noches, se desnudaron reflejando la metamorfósis de nuestros abismos.Me asfixiabas con tus sombras mientras todo el cielo caia sobre nuestro infierno. Lejanas la quietud y la calma. Nos emborrachamos en sudor, y la habitación se llenó del rojo carmesí de mis labios.Y después de que tus gemidos inundaron los muebles y el movimiento terminó enlutando los rincones en silencio, todo fue nada. Espejo sobre espejo fue cantando la tranquilidad.Libré todo mi animal en la batalla siniestra y después de llegado el ruido del sol, descansé y caminé el colchón.Las huellas de tu jadeo salvaje se escurría entre mis muslos. Tenías el pecho desflorado y entre los dos exhalabamos el humo.Al fin y al cabo esa noche sólo fuimos nicotina.

1 comentario:

Quijote dijo...

Me juego la cabeza que eso que vos escribiste y esto que escribi yo, deben ser parientes cercanos:

A pesar de haberte prestado amor muchas veces, te dejé probar mis labios por primera vez
El amanecer de este invierno se hizo palpable, tus manos se hicieron dolorosamente mias
Una luna, mil lunas, cientos de lunas que olvidaron esconderse sonreían ante el pecado.
Te desmembrabas escalando por mis montes, me asfixiaba con el sopor de tus gemidos
Voluptuosas estrellas niveas caian sobre nuestro infierno.