Decadente el cuerpo se sumerge.
Las máquinas rodean los escaparates de azúcar.
El transito se enmudece tras el vuelo desenmascarado de una criatura sin ropas, endiablada.
Las miradas se congelan en el aleteo casi imperceptible de un hada, una mariposa irreal.
Las cosechas mueren un segundo para apreciar la caída de un ser que pierde la libertad.
Una vereda, dos veredas, mil veredas rompen en llanto cuando la sangre endulzada recorre sus cuerpos.
La innevitable emoción de la termica se clava en el viento. El frío esa noche no se siente, no se piensa.
Incluso el veterano vírgen de vista, ciego al nacer, la ve en un descenso imparable.
"Las hadas son hadas, hasta que uno deja de creer en ellas" - piensa un niño en la esquina Rivadavia y San Martín, tas haber leído Peter Pan por décima vez.
Será una hada? o acaso una simple mariposa?. Quizáz libélula, quizás sólo un cuerpo enfermo cansado de enterrar sus pies en el asfalto.
El ocaso se interrumpe cuando un gemido ensordecedor amenaza con un golpe seco en el suelo.
El hada, la mariposa, la libélula, el cuerpo cae.
Decadente el cuerpo se sumerge.
Se ahoga y reprocha. La metamorfósis del vuelo onírico termina.
Las alas ya no son alas. Son sólo sábanas.
Y la ninfa despierta siendo pura carne, puro movimiento por inercia.
Se devolvió a la vida.
Es el sentido del tacto. Nos chocamos por la necesidad de sentir al otro. De no creernos solos en el mundo, de llenar los espacios vacios que dejan las almas cuando caminan dormidas sobre la tierra.
16 de febrero de 2007
14 de febrero de 2007
Otra vez.
Otra vez me desnudo, y mi espalda sangrante se libera de alas.
Enloquezco, me descubro camuflandome con los matices.
Mi cabello araña las paredes y se mezcla virtualmente con los parapetos que lo rodean. Y brilla, le encanta brillar y volver a ser nada. Se desespera, mi cabello se desespera, y juega con mis manos, las derrite, las licua, las empotra contra los finos pelos endemoniados.
Mi ropa escapa, huye, se dispersa entre el suelo exánime - muerto el suelo por la insoportable imagen de un angel terrenal -.
Mis vestimentas se arrancan de mi piel deseosas de vestir el desierto que hay a mis pies. Y yo otra vez enloquezco, mi cuerpo se retuerce en la alfombra, destruido, se confunde, grita y todavia se retuerce enfurecido , abandonado.
Y las alas permanecen sobre mi piel, intactas, vírgenes. Se escurren, bailotean alrededor de la sombra. Vuelan. No, no vuelan, se arrastran, se elevan.
Y otra vez vuelve a ser hoy. Me quedo diluyendo mi cabeza entre mis dedos, mi cuerpo en la alfombra. Desnuda, peligrosa, en peligro.
Y otra vez. Y otra, y otra.
Enloquezco, me descubro camuflandome con los matices.
Mi cabello araña las paredes y se mezcla virtualmente con los parapetos que lo rodean. Y brilla, le encanta brillar y volver a ser nada. Se desespera, mi cabello se desespera, y juega con mis manos, las derrite, las licua, las empotra contra los finos pelos endemoniados.
Mi ropa escapa, huye, se dispersa entre el suelo exánime - muerto el suelo por la insoportable imagen de un angel terrenal -.
Mis vestimentas se arrancan de mi piel deseosas de vestir el desierto que hay a mis pies. Y yo otra vez enloquezco, mi cuerpo se retuerce en la alfombra, destruido, se confunde, grita y todavia se retuerce enfurecido , abandonado.
Y las alas permanecen sobre mi piel, intactas, vírgenes. Se escurren, bailotean alrededor de la sombra. Vuelan. No, no vuelan, se arrastran, se elevan.
Y otra vez vuelve a ser hoy. Me quedo diluyendo mi cabeza entre mis dedos, mi cuerpo en la alfombra. Desnuda, peligrosa, en peligro.
Y otra vez. Y otra, y otra.
Espacios.
Hay espacios vacios. Como los que se encuentran en las palabras, entre letra y letra. Son espacios imposibles de llenar. Espacios de soledad. Porque cada letra está sola en su mundo, en su deber, en su función. Y los espacios son, innevitablemente, un recordatorio de que, aún cuando unidas forman algo, su soledad está presente a tiempo completo.
Hay espacios vacios. Como el asiento contínuo cuando está desocupado. Y cuando esta ocupado también, porque el vacío entre el límite de nuestro cuerpo y el ajeno es tan largo y fatal como el espacio entre las letras. Y, cuando podemos traspasar ese espacio y rozarnos con el otro, chocarnos con el otro, nos olvidamos un segundo de nuestra soledad . O, caso contrario, recordamos que ese roce no nos pertenece, que la calidez de la piel que accidentalmente sentimos nunca será nuestra. Y no tenemos piel que lo sea. En esos casos sí, el roce nos recuerda que la próxima mañana despertaremos sin otra silueta en la cama más que la nuestra.
Hay espacios vacios. Como ese letargo mortal y frágil que deja un silencio tímido. O las brechas casi imperceptibles que deja un pianista al pasar de una tecla a otra. Porque la música tiene muchos espacios vacios. Porque entre una cuerda y otra el abismo es deliciosamente lejano.
Hay espacios ocupados por un error en el camino. Como el vacio que deja el amor y es ocupado, por desesperación y desconsuelo, por tristes pasiones hambrientas que florecen y marchitan desde el saliente al poniente. Porque sí, hay espacios que nunca deben llenarse y, caso contrario, deben llenarse de una fuerza única. Porque cuando esta fuerza es sustituida el vacio ya no es sólo un espacio, sino un sentimiento.
Hay espacios vacios. Como el asiento contínuo cuando está desocupado. Y cuando esta ocupado también, porque el vacío entre el límite de nuestro cuerpo y el ajeno es tan largo y fatal como el espacio entre las letras. Y, cuando podemos traspasar ese espacio y rozarnos con el otro, chocarnos con el otro, nos olvidamos un segundo de nuestra soledad . O, caso contrario, recordamos que ese roce no nos pertenece, que la calidez de la piel que accidentalmente sentimos nunca será nuestra. Y no tenemos piel que lo sea. En esos casos sí, el roce nos recuerda que la próxima mañana despertaremos sin otra silueta en la cama más que la nuestra.
Hay espacios vacios. Como ese letargo mortal y frágil que deja un silencio tímido. O las brechas casi imperceptibles que deja un pianista al pasar de una tecla a otra. Porque la música tiene muchos espacios vacios. Porque entre una cuerda y otra el abismo es deliciosamente lejano.
Hay espacios ocupados por un error en el camino. Como el vacio que deja el amor y es ocupado, por desesperación y desconsuelo, por tristes pasiones hambrientas que florecen y marchitan desde el saliente al poniente. Porque sí, hay espacios que nunca deben llenarse y, caso contrario, deben llenarse de una fuerza única. Porque cuando esta fuerza es sustituida el vacio ya no es sólo un espacio, sino un sentimiento.
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