Todo estaba ahí. La humedad se filtraba por la cerradura y la imagen punzante de la soledad se erguía en el suelo.
Miraba con recelo mientras devorada de a pitadas el suicidio lento y eficaz de la nicotina aferrándose a sus pulmones. Su cigarro incendiado escupía bocanadas de humo, y con la agresividad de una fiera atacando su muerte, ella abría sus fauces para tragarlo todo.
Arqueaba sus cejas y su lengua gélida caminaba por su labio superior.
Ahí, entre toda la mierda del fin de hora, ella cojía con la fumarada.
Y yo, su espectador, rompía la niebla de su silueta y silenciosamente observaba su danza a través del pestillo gastado.
Todo estaba ahí, en esa habitación. La invitación muda para acariciar su cuerpo mientras ella, suspirando, se agitaba y jadeaba cada vez que abría su garganta e inhalaba el vapor suave y juguetón que, poco a poco, iba vistiendo de cenizas el suelo.
Todo mi infierno estaba ahí. No podría haber estado en ningún otro lugar.
Y su lengua
- aún paseándose por sus labios durante las pausas en que alejaba el filtro de su boca -,
fue mi invitación silente al frío ardiente de su distante alma.
Todos los infiernos estaban ahí.
Y entre sus labios, el único cielo que valía la pena tocar.
Miraba con recelo mientras devorada de a pitadas el suicidio lento y eficaz de la nicotina aferrándose a sus pulmones. Su cigarro incendiado escupía bocanadas de humo, y con la agresividad de una fiera atacando su muerte, ella abría sus fauces para tragarlo todo.
Arqueaba sus cejas y su lengua gélida caminaba por su labio superior.
Ahí, entre toda la mierda del fin de hora, ella cojía con la fumarada.
Y yo, su espectador, rompía la niebla de su silueta y silenciosamente observaba su danza a través del pestillo gastado.
Todo estaba ahí, en esa habitación. La invitación muda para acariciar su cuerpo mientras ella, suspirando, se agitaba y jadeaba cada vez que abría su garganta e inhalaba el vapor suave y juguetón que, poco a poco, iba vistiendo de cenizas el suelo.
Todo mi infierno estaba ahí. No podría haber estado en ningún otro lugar.
Y su lengua
- aún paseándose por sus labios durante las pausas en que alejaba el filtro de su boca -,
fue mi invitación silente al frío ardiente de su distante alma.
Todos los infiernos estaban ahí.
Y entre sus labios, el único cielo que valía la pena tocar.