Aquéllos eran días borrosos que no conseguía rearmar. Horas deambulantes, humos que no paraba de tragar.
Alguna noche fue, algo pasó. Ahora acariciaba la ventana con una mirada distante, casi ajena. Trataba de ahogar su alma en letras embriagadas, buscaba entre sus manos los rastros de alguna vieja carta que ahora parecía perderse en la negrura de un pasado dudoso.
Alguna noche fue, algo pasó. Recordaba su figura alejándose; la puerta de calle abiera, sus pasos llenando la vereda. Aún pueden verse sus huellas en el suelo, como puntos suspensivos acomodados en la frialdad de la calle. Todavía puede ver su espalda perdiéndose en la incomodidad de la noche.
Aún puede ver su figura cubriéndose del invierno, con la mirada baja, con la ausencia entre sus manos, en llamas. Aún se recuerda cerrando la gatera añeja, como un punto final que ninguno quiso escuchar.
Alguna noche fue, algo pasó. Ahora los meses se desparraman en la mesa, en una cuenta interminable, cristalizando las palabras que no pudieron decir.
Ahí, en alguna hora sin nombre, todo se olvidó. La calle se viste de otro color y todo parece desconocido. Los cigarrillos la esconden; ahogan, letra por letra, cada carta oculta en algún rincón, cada vocablo que formaba su nombre. Entre las cenizas se apagan lágrimas sordas, encendidas de nostalgia. Se atraganta una y mil veces con los ecos tardíos de un adiós que quebró la térmica.
Alguna noche fue, algo pasó. Ahora desdibuja lentamente su nombre, escrito en sus labios. Se quita silenciosamente todas sus caricias de la piel; intenta con suavidad enmudecer su voz, borrar sus ojos de alguna fotografía. Calma su pecho con algún alcohol, y se desnuda en páginas vírgenes, en tintas que la adormecen entre los renglones.
Alguna noche fue, algo pasó. Ahora se acomoda en un rincón y calla. Sabe que su mirada indeleble la espera afuera en algún lugar. Y adentro, cada habitación intenta pronunciarlo mientras los muebles relamen los últimos rastros que su piel dejó.
Alguna noche fue, algo pasó. Ahora se descubre en al densidad de la térmica y, arrastrándo soledad, respira.
Ahora los días se desparraman desprolijos sobre un calendario sombrío, como las hojas crujientes de un otoño veloz. Ya no importa la estación. Desata su cabello, limpia sus párpados de espinas y respira.
Hoy sabe. Ese sábado fue, ese suspiro se rompió.