5 de junio de 2009

Almicida



Ella viene y desenvaina su cabello afilado sobre las luces y las calles.
Las veredas se silencian, se visten de acantilados sombríos y cada orilla finamente oculta en el pavimento es el límite imperceptible de la hora almicida.
Allá, en la esquina más austera, el mes de Abril descalza sus pies y despide el otoño con sus pestañas de hojas marchitas.
Casi no se ve, alguien apagó todas las velas.
Ella se desnuda.
En su cuerpo intangible algo brilla.
Nadie sabe si son sus ojos, o si es su alma felina de callejón.
Camina las calles amordazadas, posa sin ropas sobre el capot desgastado de los autos y en las faldas de las putas.
Algo interrumpe la soledad impenetrable.
Es el ruido que deshace las palabras muertas en el paladar.
Ella lo mira.
Y vuelve a callar.
El escenario es sublime.
Y efímero.
Basta que el reloj siga carcomiendo espacios vacíos hasta llegar a la hora final, el absimo que abraza las cuclillas del día, toda la curvilínea emancipación de luz reducida en un sonoro "pm" que poco a poco se va desvaneciendo.
Es la noche.
Es ella clavándose en las pupilas del suelo, acariciando el asfalto, gimiendo a bocanadas mientras trepa por los edificios que la miran encantados.
Ya casi termina.
A lo lejos se asoman las primeras brazadas del nuevo día, cortando despistadamente los cabellos filosos de la oscuridad.
Ella se aleja.
Hay algo en su cuerpo sin huellas que no la deja bañarse en luz.
Lanzo una última mirada a su espalda de luna.
Ya casi no quedan rastros de su baile nocturno.
.
No importa, mañana vendrá de nuevo.